El mito de lo permanente

EL MITO DE LO PERMANENTE

¿Cuántas veces has creído ciegamente que algo es permanente y el paso del tiempo te ha demostrado que estabas equivocado? ¿Quién no se ha llevado una gran decepción cuando ha perdido a su pareja o su trabajo, creyendo que serían para siempre?

Las personas parecemos programadas para creer, ciegamente, en ciertos mitos, quimeras a las que nos aferramos con el pleno convencimiento de que nunca van a desmoronarse. Pensamos que eso que nos ha costado tanto conseguir, va a permanecer impasible con el paso del tiempo, porque nos lo merecemos, después de todo. Creemos que nuestros logros van a perdurar eternamente. Nada más lejos de la realidad. Hoy puedo asegurar que, prácticamente, nada es para siempre. Nuestra casa, nuestro trabajo, nuestra pareja, nuestras amistades, nuestra, nuestra, nuestra… Nada es nuestro. Un día te despiertas y no tienes nada de eso que creías tuyo. Simplemente, se ha esfumado. Creo que esto nos ocurre porque nuestra realidad es solo nuestra, aunque nos pensemos que estamos en poder de la verdad. Cada uno tiene una visión distinta de una misma realidad. ¿Cuál es la realidad? Nadie lo sabe.

La vida nos demuestra, una vez tras otra, que nos equivocamos en nuestros planteamientos, pero ahí seguimos nosotros, observando, impávidos, el devenir de los acontecimientos y sintiéndonos víctimas de nuestra propia historia: «¡Pobrecito de mí! He sacrificado mi vida por mi [pareja, amigos, familia, trabajo] y así me lo paga». Volvemos al punto de partida. Creemos que, tras una decepción, nos hemos curtido lo suficiente como para empezar algo nuevo, dedicándole toda nuestra energía y nuestro tiempo porque queremos conseguir eso que nos hemos propuesto. Queremos hacerlo nuestro. Cuando lo conseguimos, nos sentimos recompensados, plenos y satisfechos. «Tras mucho esfuerzo, por fin he conseguido el [trabajo, dinero, coche, casa, moto, barco, avión] que quería». Caemos en la trampa de no querer darnos cuenta de que todo lo que nos rodea es efímero, incluso nosotros. Si fuéramos más conscientes de nuestra naturaleza transitoria, podríamos mirar a la vida con otros ojos.

Realmente nos esforzamos por hacer nuestro todo lo que nos rodea, porque así nos sentimos más seguros, menos vulnerables. Nos gusta encontrar nuestro lugar en el mundo. Seguro que hemos escuchado muchas veces la pregunta de: «Si te dieran un mes de vida ¿qué harías?» Todos solemos contestar lo mismo: me gastaría todo el dinero en comprarme lo que siempre he querido; me iría de vacaciones con mi familia y amigos a pasarlo en grande; me despediría del trabajo y me quedaría con mis seres queridos para pasar el mayor tiempo con ellos. A estas respuestas, les sigue la siguiente reflexión: así es como todos deberíamos vivir, como si nos quedara poco. A continuación, la segunda pregunta: «¿Por qué no lo haces?». Respuesta: «¡Sí, claro! Y luego, ¿qué?».

Bueno, yo añadiría: «¿Qué, de qué?» Lo que tienes es miedo. Quizás, cuando llegue el que creemos que es el momento de hacerlo —cuando nos jubilemos, cuando los hijos se independicen, cuando nos separemos, cuando ahorremos—, no podremos porque estaremos mayores, no tendremos ganas, estaremos muertos o, lo que es peor, enfermos. Al final del camino, acabaremos pensando: «tenía que haberlo hecho». Doy fe que, en esos últimos momentos de vida, lo que se nos pasa por la cabeza es exactamente eso: el arrepentimiento. El peor de los sentimientos para acabar una vida. Yo no quiero verme en esas. ¿Y tú?

error:
Scroll al inicio